martes, 24 de enero de 2017

La Humildad



Una persona humilde tiene no sólo una modesta aunque sólida conciencia de sus propios méritos, sino también de sus limitaciones. En el momento en que piensas que ya lo has visto todo o lo sabes todo («he estado allí, he hecho eso y lo otro…»), el universo se percata de tu arrogancia y te envía una gran dosis de humildad. Debes abandonar la idea de que no te queda nada por aprender. Los maestros zen saben muy bien que, incluso para ellos, nunca acaba el camino del aprendizaje.
La humildad es la lección que más duele, pues asociada a ella aparece siempre algún tipo de pérdida. Al universo le gusta mantener un cierto equilibrio en todo, de ahí que cuando un ego soberbio desconoce la cortesía y la paciencia, haga aparecer la humildad para que ese ego vuelva a pisar suelo firme. Aunque ese aguijonazo se siente a veces como una herida, se trata de un aviso muy importante para poder mantener tu equilibrio.



Algunas personas tienen tanto éxito en la vida que lo dan por supuesto y esperan que las cosas les sean favorables automáticamente. Cuando esto deriva en un ego descomunal que desprecia la paciencia y la cortesía, se engendra arrogancia. Entonces, la humildad se convierte en una necesidad para ese currículo vital. Eso es lo que le sucedió a Will.
Atractivo, atlético, de tez bronceada y mirada penetrante, Will parecía un modelo y se vestía como tal. Las cosas le iban muy bien y todo lo que se proponía lo conseguía de acuerdo con sus deseos. Gracias a su encanto, su inteligencia y su talento, su negocio funcionaba al máximo y el éxito se había convertido en una constante en su vida.


La Honestidad



La honestidad, del término latino honestĭtas, es la cualidad de honesto. Por lo tanto, la palabra hace referencia a aquel que es decente, decoroso, recatado, pudoroso, razonable, justo, probo, recto u honrado, según detalla el diccionario de la Real Academia Española (RAE).
En otras palabras, la honestidad constituye una cualidad humana que consiste en comportarse y expresarse con sinceridad y coherencia, respetando los valores de la justicia y la verdad.
La honestidad no puede basarse en los propios deseos de las personas. Actuar en forma honesta requiere de un apego a la verdad que va más allá de las intenciones. Un hombre no puede actuar de acuerdo a sus propios intereses, por ejemplo obviando información, y ser considerado honesto.
En concreto podemos determinar que la honestidad es un valor humano que significa que una persona que la tenga no sólo se respeta a sí misma sino también al resto de sus semejantes. Sin olvidar tampoco otras características fundamentales como serían la franqueza y, por supuesto, la verdad.


Todo ello da lugar a que se establezca que poseer dicha honestidad es algo imprescindible en la naturaleza del ser humano pues se convierte en pieza clave en todo tipo de relaciones. Así, es eje en la amistad, en el seno de la familia, en la relación amorosa y de igual manera en cualquier tipo de relación social. Para que cualquiera de aquellas funcione debe existir en honestidad y no falsedad, injusticia o fingimiento. Y es que aquel valor que nos ocupa lo que hace es aportar a los mismos cariño, confianza, amor y sinceridad absoluta.


La Generosidad



La generosidad es un valor o rasgo de la personalidad caracterizado por ayudar a los demás de un modo honesto sin esperar obtener nada a cambio. Una persona que practica la generosidad se la suele calificar como generosa. Procede del latín generosĭtas, generositātis. Formada por gen- (generar, raza, estirpe, familia) y que originariamente se utilizaba para referirse a la cualidad de una persona hidalga, de familia noble e ilustre.
La generosidad se asocia normalmente al altruismo, la solidaridad y la filantropía. Los conceptos opuestos a la generosidad podrían ser la avaricia, la tacañería y el egoísmo.


Tiempo atrás, un grupo de jóvenes, luego de hacer muchos sacrificios tanto ellos como sus padres, lograron viajar a Europa para ir a Roma. Sus deseos era conocer la Ciudad Eterna, además iban acompañados por un grupo de adultos que hacían actividades con universitarios. Sin embargo, el recorrido era agotador, tenían una agenda apretada, debían correr de aquí para allá, muchas horas en colectivo, sumado a unas caminatas interminables.
Uno de los instructores había asistido porque quería conocer Roma a precio módico, pero el viaje comenzó a resultar insoportable. Cuando llegaron a Madrid (su alojamiento estaba a 45 minutos de la capital española) estaba lloviendo y el autobús no pudo pasar en un caminito, así que todos tuvieron que bajar, porque el albergue se encontraba algunos kilómetros cuesta arriba. Tuvieron que bajar el equipaje y cargarlo bajo la lluvia, cuando llegaron a su destino, decidieron tomar un baño, y el agua estaba fría. Este era el comienzo de un viaje que duraría casi 3 semanas, y lo peor estaba aún por llegar. El instructor quedó verdaderamente agotado, estaba exhausto y ya ni siquiera estaba disfrutando el viaje. Lo que quería era ir a casa.